jueves, 4 de junio de 2009

¿Obama primer neo-modernista?


Estábamos desapaciblemente instalados en el post-modernismo (o modernidad líquida que diría Bauman), donde se habían esfumado las ideologías, certidumbres, y buena parte de los valores. Donde la estrategia se forjaba cada mañana con el desayuno, y se reformulaba varias veces antes de la cena. Como decía Sabina: “hay que ver lo poco que dura la vida eterna”. Todo táctica, todo imagen, todo forma… flojitos de contenidos, relajando restricciones de racionalidad y de disciplina intelectual y moral.

Los post-modernos son nómadas livianos y ligeros de equipaje. En el pasado, el capitalista estaba pegado a su gran factoría; los trotamundos eran los sin techo y sin futuro. Hoy los aventajados vuelan de un sitio a otro en primera, y su oficina es un portátil desde el cual pueden mover millones de dólares, y pasar de fabricar coches a traficar con diamantes en un santiamén.

El post-modernismo es el resultado de la derrota del racionalismo modernista: se supone que la ciencia y la razón nos iban a salvar de la injusticia. Pero la segunda guerra mundial se cierra con el uso de la energía nuclear para vengar Pearl Harbour en Hiroshima y Nagasaki; la descolonización deriva hacia el ocaso y muerte de África en medio de dictaduras con una cara sangrienta en el terreno, y una espalda resguardada en nuestros propios paraísos fiscales (que es tanto como decir en inversiones blanqueadas en nuestras propias empresas y ciudades). Y nuestras política se ha ido haciendo cada vez más cínica, más teatrera, más adaptativa, menos técnica, más fabuladora y más crispadamente tonta.

La sociedad se va fragmentando en tribus y clanes; la arquitectura cívica y de valores (cohesión social de tipo institucional) va reblandeciéndose y licuándose: y en el intersticio que lubrica las partes fluye el oportunismo y la corrupción como verdadero lubricante de la nueva sociedad, donde el individuo ha matado al ciudadano.

Pero el planeta tierra no da de sí tanto como el humano pretende: las contradicciones retornan y la entropía vuelve (aunque sólo parcialmente) a quienes la generamos o toleramos, y no sólo a los que la sufren en el lado desfavorable de la ecuación. Los últimos años (antes de la presente crisis) han sido años donde ya sabíamos que la fiesta se había terminado, pero habíamos decidido ignorarlo y aprovechar un poco más par extender la diversión.

La diversión de Bush y los neo-conservadores ha causado un gran daño financiero, moral y político a todo el mundo. Enterrado el racionalismo modernista tras la caída del muro de Berlín, surge una alternativa inesperada en la campaña electoral norteamericana. Un candidato como Obama, que dominando las herramientas del post-modernismo, y liberado de la carga clásica de la ideología empaquetada en sistemas y opciones políticas, usa su capacidad de convicción moral y de movimiento en internet para alzarse como candidato demócrata, y luego para conseguir lo inconcebible: llegar a gobernar la potencia política mundial.

¿Hasta donde dará de sí la experiencia?; buen tema de debate y de análisis para los próximos años. Zapatero, líder esencialmente post-moderno (gran tacticista del poder y de la imagen), observa la nueva figura de Obama y su capacidad de sacar de la chistera auténticos conejos vivos, y no sólo pequeños peluches de empresas asesoras de imagen. Igual se anima nuestro presidente, y decide ensayar procesos reformistas estructurales y de gran calado: esta idea de avanzar en el cambio de modelo económico, pero sostenida en el tiempo, con una buena estructura de consenso político y social, y, sobre todo, con capacidad para tomar decisiones y captar el apoyo de la ciudadanía desde una nueva legitimidad.

Difícil lo tendrá ZP, por ejemplo, con el nuevo sistema de financiación autonómica, pero este es el auténtico reto de convivencia y equidad de los españoles para la próxima generación (sin quitar importancia al tema de la píldora post-coital… pero marcando un gradiente de importancia entre ambos temas que al parecer no consiguen entender los periodistas y comunicadores sociales).

Y a ver si algo de este maná de nuevo racionalismo reformista, pudiera llover sobre la sanidad y la dependencia: ese pacto de estado podría ser un buen vehículo para revisar las estructuras de gobierno y gestión de la sanidad, y conseguir crear un pequeño puente que pueda llegar en el futuro a ser un espacio socio-sanitarios para enfrentar el principal reto de la tercera transición epidemiológica: el envejecimiento, la cronicidad, la comorbilidad, y la inequidad.